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28 March, 2012

Los santos y los pícaros

Publicado el martes 27 de marzo del 2012

NICOLAS PEREZ DIAZ-ARGÜELLES: Los santos y los pícaros
Nicolás Pérez


La grandeza de la Iglesia Católica ha sido perdurar 2000 años a pesar de sus propios errores. Pero no ha sido algo casual, y alejándome del aspecto divino de la cuestión, que no es mi objetivo en este artículo, en mi criterio esto se debe al maridaje excepcional que se ha producido en el seno de la Iglesia entre los santos y los pícaros terrenales.

No existiría iglesia sin la pureza, fuerza mística y ejemplo moral de San Francisco de Asís y Santa Teresita de Jesús. Pero pecaríamos de ingenuos si minimizáramos el papel que han jugado en nombre de una fe dubitativa cardenales como Armand-Jean du Plessis Richelieu, para amigos y enemigos “La Eminencia Roja”, de Jules Mazarín, Jean Baptiste Colbert y de papas como Rodrigo Borgia, que le dieron mucho al César, poco a Dios y jugaron magistralmente sus cartas políticas.

Con la visita del papa Benedicto XVI a Cuba se imponen reflexiones mesuradas y justas. El actual Papa en 1966 es nombrado profesor de Teología Dogmática en la Universidad de Tubingen y en los 70 funge como Prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe en el Vaticano. Doctrinario consecuente, no despertaba especiales simpatías entre los jóvenes estudiantes de teología en la Roma de aquel tiempo. En mí provoca un sentimiento mixto, es un sacerdote con quien no me gustaría confesarme, por otra parte me simpatiza porque es un buen hombre que sin ser carismático y careciendo de visión ecuménica, ha tenido la fatalidad de tener que calzar las sandalias enormes de Juan Pablo II.

Algunos piensan que su viaje a Cuba va a traer cambios en la isla, yo no. Creo que ella va a transcurrir dentro de un rígido protocolo e intercambio de concesiones, cedo a cambio de que cedas. Al final quizás más espacio para el apostolado en la Iglesia cubana pero eso no va a resolver ni remotamente los problemas del pueblo de la isla. Su declaración de que en Cuba ya no funciona el marxismo no es desdeñable, pero también lo dijo Fidel Castro hace algún tiempo. Como cubano le agradezco sus pedidos de libertad pero hubiera preferido que le concediese un minuto a las Damas de Blanco porque más importante que la retórica son los hechos concretos. Y aunque tengo esa esperanza que siempre se coloca por encima de la experiencia, creo que tres meses después de que Benedicto XVI tome el avión de regreso a Roma muchos recordarán un poema famoso y cursi de José Ángel Buesa en el que dijo: “Pasarás por mi vida sin saber que pasaste”.

La Iglesia cubana tampoco se ha librado de los contrapuntos de la Iglesia Católica universal; tenemos santos como los monseñores Eduardo Boza Masvidal y Pedro Meurice, y astutos terrenales como Carlos Manuel de Céspedes y Jaime Ortega. De Ortega me dijo un sacerdote extraordinario que entrevisté hace años y lo conoció de cerca: “Yo no he manifestado grandes simpatías por él. No me gustó su ingreso, su inicio en el Episcopado, me parecía más preocupado por exterioridades que en asuntos más profundos. Sin embargo, tiene sus cualidades porque cuida sus palabras. No es hombre que se deja manipular. Ni es un ingenuo desconocedor de las cosas. Sus valores tiene pero nuestras relaciones han sido frías”.

No nos equivoquemos con Jaime Ortega: es el cardenal más importante, que más ha incidido en el destino del pueblo de Cuba y que más repercusión internacional ha tenido en nuestra vida republicana. Pero como todos lo que han intentado dialogar con Fidel y Raúl Castro ha entrado en aguas profundas. Su pedido al régimen de que desalojara a 13 opositores de la iglesia de la Caridad en La Habana fue un paso en falso, seguir intentando abrir espacios para su iglesia a costa de renunciar a principios cristianos básicos sería un error. Con el castrismo no se juega. El cardenal no es el primero que de interlocutor válido se transforma en cómplice.

¿Y les digo algo? Quisiera confiar en el buen juicio del cardenal, tengo la impresión que muchos a su alrededor le están diciendo al oído cosas como las que le digo hoy, claras como el agua. Pero mil dudas me asaltan. Siguiendo una tradición milenaria él está en una encrucijada. O se pone al lado de los santos y de su pueblo o insiste en hacerle el juego al castrismo siguiendo la senda tortuosa de los pícaros. ¿Qué va a hacer? Eso solo lo saben Dios y Jaime Ortega.



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http://www.elnuevoherald.com
Nicolás Pérez
La grandeza de la Iglesia Católica ha sido perdurar 2000 años a pesar de sus propios errores. Pero no ha sido algo casual, y alejándome del aspecto divino de la cuestión, que no es mi objetivo en este artículo, en mi criterio esto se debe al maridaje excepcional que se ha producido en el seno de la Iglesia entre los santos y los pícaros terrenales.

No existiría iglesia sin la pureza, fuerza mística y ejemplo moral de San Francisco de Asís y Santa Teresita de Jesús. Pero pecaríamos de ingenuos si minimizáramos el papel que han jugado en nombre de una fe dubitativa cardenales como Armand-Jean du Plessis Richelieu, para amigos y enemigos “La Eminencia Roja”, de Jules Mazarín, Jean Baptiste Colbert y de papas como Rodrigo Borgia, que le dieron mucho al César, poco a Dios y jugaron magistralmente sus cartas políticas.

Con la visita del papa Benedicto XVI a Cuba se imponen reflexiones mesuradas y justas. El actual Papa en 1966 es nombrado profesor de Teología Dogmática en la Universidad de Tubingen y en los 70 funge como Prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe en el Vaticano. Doctrinario consecuente, no despertaba especiales simpatías entre los jóvenes estudiantes de teología en la Roma de aquel tiempo. En mí provoca un sentimiento mixto, es un sacerdote con quien no me gustaría confesarme, por otra parte me simpatiza porque es un buen hombre que sin ser carismático y careciendo de visión ecuménica, ha tenido la fatalidad de tener que calzar las sandalias enormes de Juan Pablo II.

Algunos piensan que su viaje a Cuba va a traer cambios en la isla, yo no. Creo que ella va a transcurrir dentro de un rígido protocolo e intercambio de concesiones, cedo a cambio de que cedas. Al final quizás más espacio para el apostolado en la Iglesia cubana pero eso no va a resolver ni remotamente los problemas del pueblo de la isla. Su declaración de que en Cuba ya no funciona el marxismo no es desdeñable, pero también lo dijo Fidel Castro hace algún tiempo. Como cubano le agradezco sus pedidos de libertad pero hubiera preferido que le concediese un minuto a las Damas de Blanco porque más importante que la retórica son los hechos concretos. Y aunque tengo esa esperanza que siempre se coloca por encima de la experiencia, creo que tres meses después de que Benedicto XVI tome el avión de regreso a Roma muchos recordarán un poema famoso y cursi de José Ángel Buesa en el que dijo: “Pasarás por mi vida sin saber que pasaste”.

La Iglesia cubana tampoco se ha librado de los contrapuntos de la Iglesia Católica universal; tenemos santos como los monseñores Eduardo Boza Masvidal y Pedro Meurice, y astutos terrenales como Carlos Manuel de Céspedes y Jaime Ortega. De Ortega me dijo un sacerdote extraordinario que entrevisté hace años y lo conoció de cerca: “Yo no he manifestado grandes simpatías por él. No me gustó su ingreso, su inicio en el Episcopado, me parecía más preocupado por exterioridades que en asuntos más profundos. Sin embargo, tiene sus cualidades porque cuida sus palabras. No es hombre que se deja manipular. Ni es un ingenuo desconocedor de las cosas. Sus valores tiene pero nuestras relaciones han sido frías”.

No nos equivoquemos con Jaime Ortega: es el cardenal más importante, que más ha incidido en el destino del pueblo de Cuba y que más repercusión internacional ha tenido en nuestra vida republicana. Pero como todos lo que han intentado dialogar con Fidel y Raúl Castro ha entrado en aguas profundas. Su pedido al régimen de que desalojara a 13 opositores de la iglesia de la Caridad en La Habana fue un paso en falso, seguir intentando abrir espacios para su iglesia a costa de renunciar a principios cristianos básicos sería un error. Con el castrismo no se juega. El cardenal no es el primero que de interlocutor válido se transforma en cómplice.

¿Y les digo algo? Quisiera confiar en el buen juicio del cardenal, tengo la impresión que muchos a su alrededor le están diciendo al oído cosas como las que le digo hoy, claras como el agua. Pero mil dudas me asaltan. Siguiendo una tradición milenaria él está en una encrucijada. O se pone al lado de los santos y de su pueblo o insiste en hacerle el juego al castrismo siguiendo la senda tortuosa de los pícaros. ¿Qué va a hacer? Eso solo lo saben Dios y Jaime Ortega.

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