MARCO RUBIO EN LA PICOTA DE UNA PRENSA DIFAMATORIA
Por Alfredo M. Cepero
Director de www.lanuevanacion.com
El influyente diario The Washington Post tiene una historia bien documentada de tergiversar los hechos y manipular la verdad según la militancia partidista de los políticos sobre cuyas carreras informa. Para decirlo de una vez y que lo entendamos todos: los demócratas tienen una patente de corso para todo tipo de fechorías, mientras los republicanos son escrutados, cuestionados y perseguidos hasta en sus hábitos de ir al baño.
Su última andanada de insidias y de medias verdades la ha dirigido contra Marco Rubio. A los ojos del Post, y puesto en términos de béisbol, Marco tiene tres estrikes: es republicano, es conservador y es cubano, uno de los pocos segmentos de la comunidad hispana que no se traga la patraña demagógica de un Partido Demócrata secuestrado por la izquierda virulenta desde los tiempos de George McGovern en la década de 1970.
Este es el mismo Post cuya dueña y editora Katherin Graham decidió zanjar sus diferencias ideológicas y personales con Richard Nixon dando instrucciones específicas a sus reporteros Carl Berstein y Bob Woodward de que buscaran y divulgaran cualquier tipo de relación entre la Casa Blanca de Nixon y lo que después se conoció en la historia política norteamericana como escándalo del Watergate. En agosto de 1974 Nixon renunció en desgracia y el país confrontó una de las peores crisis de su historia republicana. Ahora bien, si no hubiera sido por sus obvias motivaciones ideológicas, los reportajes del Post sobre Watergate habrían podido ser considerados como un verdadero ejemplo de cómo debe ser llevado a cabo un trabajo de periodismo investigativo.
El problema está en que este es el mismo Post en cuyas páginas Ronald Reagan fue descrito en su tiempo como un actor mediocre y sin estatura intelectual. El mismo Post que describe por estos días a Mitt Romney como un cambia casaca, a Sarah Palin como una agitadora rabiosa y a Rick Perry como uncowboy ignorante. El problema está en que este rotativo, que se presenta como fuente objetiva del mundo político de Washington, no aplica los mismos patrones de escrutinio y profesionalismo cuando informa sobre políticos de diferentes partidos y tendencias ideológicas.
Y cuando los periodistas violan su compromiso con la objetividad en la información y deciden enfocar los acontecimientos a través de prismas ideológicos pierden tanto la credibilidad como el respeto que necesitan para denunciar los abusos de poder por los gobernantes y defender los intereses de su pueblo. Esa debe de ser la principal tarea del periodismo independiente. Durante mucho tiempo, el Washington Post ha optado por no hacerla.
Por eso no la hizo en el vergonzoso escándalo sexual de Bill Clinton y en el flagrante encubrimiento de los antecedentes de izquierdismo radical de Barack Obama. En el primero, el Washington Post y una proporción considerable de la prensa comprometida con la izquierda se dedicaron a desprestigiar a sus acusadoras en forma sistemática. Mónica Lewinsky fue presentada como la vampiresa que sedujo al pobre Clinton, mientras Paula Jones, Juanita Broaddoric y Katleen Willey fueron calificadas de mentirosas y hasta de mujeres de dudosa reputación.
El Procurador Especial, Ken Starr, un jurista de intachable reputación, fue objeto de todo tipo de vituperios y hasta se llegó a insinuar que su obsesión por enjuiciar a Clinton había perturbado sus facultades mentales. El Post cerró los ojos ante un presidente que había cometido perjurio y obstrucción a la justicia en el curso de declaraciones bajo juramento y por los cuales le fue retirada su licencia para ejercer como abogado en el estado de Arkansas. Ante un presidente que estuvo a punto de ser encausado ante el Senado de los Estados Unidos por delitos a causa de los cuales un ciudadano corriente habría ido a la cárcel por unos cuantos años.
¿Y qué decir de la campaña presidencial de 2008 en que esa prensa parcializada casi convirtió en coronación lo que debió haber sido un profundo escrutinio de un personaje hasta entonces casi universalmente desconocido? Un año antes de las elecciones los antecedentes turbios de Obama fueron expuestos docenas de veces en el programa que todas las noches presenta el comentarista Sean Hannity en la cadena Fox News, una de las pocas que presenta la noticia haciendo honor a su lema de justa, equilibrada y sin miedo. Fox News se quedó sola como la única luz que infructuosamente trató de iluminar el oscuro camino que nos ha llevado a este desastre económico, político y moral bajo el Presidente Obama.
Nadie estuvo interesado en investigar los antecedentes de un organizador comunitario que dijo estar inspirado en las enseñanzas de Saul Alinsky, quien en su obra “Rules for Radicals”, publicada en 1971 escribió: “El Príncipe fue escrito por Maquiavelo para instruir a los poderosos sobre como aferrarse al poder. Mi libro esta escrito para enseñar a los desposeídos como arrebatarles ese poder.” Tampoco quisieron saber o decidieron encubrir la ideología de un político que recaudó fondos para sus primeras campañas en la residencia de un terrorista confeso como William Ayers y que adquirió su residencia millonaria en Chicago a un precio por debajo del valor de mercado gracias a los manejos de un delincuente convicto como Tony Rezco.
Y, mas importante aún, no se preguntaron como alguien que se proclama un cristiano converso pudo asistir por 20 años a la congregación religiosa donde un pastor delirante como Jeremiah Wright, califica de racista a la sociedad norteamericana, se confiesa militante de la Teología Negra de la Liberación y acompañó a un antisemita consumado como Louis Farrakhan en viajes a la Libia de Gadafi y a la Cuba de los hermanos Castro.
No en balde el señor Obama llegó a prometer durante su campaña presidencial que se reuniría sin condiciones previas con déspotas de la calaña de Gadafi, Ahmadinejad, Kim Jon Il o Raúl Castro. Ya sabemos en que han terminado los sueños delirantes del ocupante—esperemos que por un solo período—de la Casa Blanca. Ahora se acredita haber contribuido a derrocar el régimen de Gadafi, Ahmadinejad ha ignorado sus plañideros reclamos de que respete los derechos humanos y los Castro siguen recibiendo concesiones a pesar de no mostrar el más mínimo respeto hacia el inveterado Apaciguador en Jefe.
Muy pronto confrontaremos la hora de la verdad y del ajuste de cuentas en la campaña presidencial norteamericana de 2012. Por su parte, la prensa comprometida con la izquierda se prepara a desplegar sus armas de falsedad y de difamación para ayudar a reelegir a un presidente que no puede hacer campaña a base de sus aciertos o sus meritos. Hay que descalificar y despersonalizar a todo el que se vislumbre como una amenaza a su permanencia en el poder. En ese fuego cruzado ha sido impactado el Senador Marco Rubio como antes lo han sido otras luminarias del Partido Republicano.
Sus detractores que, dicho sea de paso, son los mismos que han puesto en dudas la ciudadanía de Obama, afirman que Marco Rubio no puede ser presidente, y desde luego tampoco ser candidato a la vicepresidencia, porque no es ciudadano de los Estados Unidos por nacimiento. No niegan que Marco haya nacido en territorio norteamericano pero afirman que en el momento de su nacimiento sus padres no eran ciudadanos de este país. Basan su mezquino ataque en una disparatada interpretación de la Constitución de los Estados Unidos que ha sido rechazada por distinguidos abogados constitucionalistas.
Pero lo más interesante es que ni The Washington Post ni sus colegas de la prensa difamatoria de izquierda dieron jamás credibilidad ni publicidad a los argumentos que ponían en duda la ciudadanía del presidente Obama. Ahora que se trata de un político conservador como Marco Rubio con un brillante futuro como líder de su partido y figura cimera en la política del país lo convierten en noticia de primera plana.
Pero, como les paso con Ronald Regan, con Marco no se saldrán con la suya. Este hombre es admirado por la jerarquía de su partido porque saben que sus sólidas convicciones de conservador son adornadas por una profunda compasión hacia los menos afortunados, que es un puente hacia un electorado hispano cansado de las mentiras demócratas y que, si lo llevan como vice, ganarán la Florida en el 2012.
Marco sigue teniendo la última palabra para decidir su futuro y, acepte o no la postulación a la vicepresidencia, ninguna difamación del Washington Post, de Univisión o de cualquier otro propagandista de Obama podrá descarrilar su brillante carrera política. Y mucho menos será capaz de quebrantar su decisión de servir con integridad, transparencia y coraje los principios de libertad, democracia y libre empresa que han hecho de este país la admiración y la envidia del mundo.
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