LA HABANA – Su mirada apacible y su buen humor no dan indicio de la complejidad de su vida, ni del fuego que lleva por dentro. Más bien irradian paz.
Pero a sus 72 años Eloy Gutiérrez Menoyo ha sido comandante revolucionario, líder contrarrevolucionario, preso político, promotor del diálogo desde el exilio y ahora activista que reclama un espacio para hacer oposición adentro. Nos recibió gustoso en el sencillo apartamento donde vive en un barrio obrero en las afueras de La Habana, aunque llegamos sin avisar. La residencia no es de él, es de una amiga que lo ha acogido porque desde que regresó en el 2003 no ha logrado que el gobierno le legalice su estatus migratorio y le conceda los correspondientes beneficios. Mientras tanto, el gobierno estadounidense le espera con una multa de $250,000 ó 10 años de cárcel por violar el embargo. “La posición mía, independiente, obligatoriamente es como un sándwich: estás contra la extrema derecha del exilio y estás contra la extrema izquierda”, explicó. Nos condujo a su rincón predilecto en la sala, donde ubican dos butacas frente a una ventana y un marco con una foto suya, de joven en el malecón habanero. Enciende un cigarrillo y comienza a recordar. Su familia llegó a Cuba “buscando tierras de libertad” tras vivir bajo el franquismo. Pero poco después fue el golpe de Batista y su hermano Carlos se inicia en la lucha contra la dictadura. A través de él comenzó a involucrase en el movimiento revolucionario. El hermano murió en un ataque contra el Palacio Presidencial y él asumió la jefatura de su organización y propuso abrir un nuevo frente, pero no fue secundado. Decide continuar independiente e iniciar el Segundo Frente del Escambray en el en centro de la isla. Esto fue el 10 de noviembre de 1957; tenía 23 años. “Al yo ponerme en contra del proceso han tratado históricamente de borrar todo lo que es el Escambray. Lo concentran ellos en (el Che) Guevara, en Camilo Cienfuegos, pero tanto Guevara como Camilo Cienfuegos vinieron a territorios liberados por el frente mío”, aclaró. Sin embargo, a un año del triunfo de la revolución comenzó a percibir las inclinaciones comunistas de Castro. Habló con Castro, quien, según recuerda, le decía que la Unión Soviética era tan imperialista como Estados Unidos. “Me decía, 'mira Eloy, nosotros estamos a 90 millas de Estados Unidos y tenemos que estar contra de ellos, pero si estuviéramos a 90 millas de la Unión Soviética tendríamos que estar contra los soviéticos, porque tan imperialista es uno como otro”, relata. ¿Cuándo pierde las esperanzas?, se le pregunta. “Cuando me doy perfectamente cuenta de que, por ejemplo, los cuadros principales en el ejército están controlados por los comunistas”, sostuvo. “Fidel es el primer disidente de la Revolución Cubana, porque yo sigo creyendo en esa revolución tan cubana como las palmas, de libertad con pan y pan sin terror, y ni de imperialismo que ahogue a los pueblos, ni comunismo que emplea el terror. Yo no soy disidente, yo soy opositor”, sostiene Gutiérrez Menoyo. La divergencia continuó, y él intentaba liderar actos para alertar a la población, pero eran “saboteados”. Es en ese momento que decide irse a Miami. Allí dirigió las operaciones paramilitares de la organización Alpha 66 y en 1964 realizó un desembarco con cuatro hombres en la costa noreste de Cuba para “levantar un frente guerrillero”. Lo estaban esperando, y terminó 22 años en prisión. Fue una experiencia dura, dijo, e incluso atribuye su pérdida parcial de visión y de audición a una paliza recibida en la cárcel por negarse a realizar trabajo forzoso. Sin embargo, no habla con rencor de ese período. “Llegué a una conclusión: el tiempo en presidio o te mata a ti o tú lo matas a él. Yo lo mataba jugando por allá con otro preso ajedrez, sin tener tablero de ajedrez, sin tener nada, haciendo canciones, poesía, cuentos, y así pues hice canciones, y canciones, y canciones”, rememora el dirigente, que se sostiene económicamente con aportaciones a Cambio Cubano. Pese a los fusilamientos que marcaron los primeros años de la Revolución, a él le perdonaron la vida porque el proceso estaba consolidado y había una historia suya y de su hermano. Tras salir de prisión, se va a Miami, pero con un aire distinto. Funda Cambio Cubano que deja las armas, rechaza las subvenciones de Estados Unidos y promueve cambios a través del diálogo con Castro. En 1995, con la apertura promovida por el entonces presidente Bill Clinton regresó a Cuba y fue el único opositor que tuvo entrevista con Castro. Fue un encuentro cordial, de unas tres horas, en las que el mandatario escuchó todo lo que tuvo que decir. “Le recordé la Revolución que él había proclamado, y la respuesta que me dio fue 'yo sigo creyendo en esa revolución'. Él cree en la misma que yo creo. ¿Por qué entonces no retoma las riendas de esa revolución que no sea sinónimo de falta de libertades, ni de dictadura? ‘No, la confrontación norteamericana me lo impide’. ¿Y si se sana esa confrontación? ‘Podríamos hablar'”, aseguró que fue la respuesta de Castro. Ocho años después, tras varios viajes a La Habana, decidió establecerse aquí sin autorización del gobierno cubano, para continuar su agenda y porque entiende que hay terreno fértil para otro partido. “El problema del partido único ya tantos años es aburrido. Hace falta que se entienda que la democracia se hace de la diversidad. Y no pasa nada, si ellos plantean una cosa y hay un grupo opositor que plantea lo contrario”, sostuvo. Desde entonces anda con una visa de visita familiar vencida, y esperando sin suerte tanto por la normalización de su estatus como por con los líderes del país para plantear sus propuestas. “Aquí estamos a ver si podemos hablar, pero lo que encontramos es oídos sordos”, manifestó. Según dijo, cada oportunidad que tiene plantea sus propuestas a los oficiales de gobierno que se topa en encuentros casuales. Entre sus propuestas está espacio para más partidos y la conversión de las empresas estatales en cooperativas mixtas, dentro del sistema socialista. “¡Pero si se están adueñando los trabajadores de todas las utilidades de cualquier empresa! Están robando a dos manos y no pagan impuestos. Cualquier capitalista quisiera poder hacer negocio así, robar, y no pagar impuesto. ¡Dales la empresa!”, dijo, a tiempo que señala que la medida ayudaría a subir salarios y productividad, y a reducir pillaje, porque los empleados se fiscalizarían entre ellos mismos. “(Esto) no es revolucionario, es robolucionario”, agregó. ¿A quién ha podido usted plantear estas preocupaciones del Gobierno? “A cualquiera que me encuentro y me da oportunidad… No es muy fácil porque no me quieren oír, porque cuando tú planteas argumentación, te plantean como respuestas tonterías (como que) ‘no, que aquí la calle es de los revolucionarios’. No, la calle es de todos los cubanos”, relata. “¿Es de los revolucionarios o es de nosotros que queremos una revolución? ...Quienes se oponen a ese cambio necesario en el país, pues desde mi punto de vista son los contrarrevolucionarios”, opina. Dice que entre la gente común sus planteamientos tienen acogida, pero que no están dispuestos a unírsele hasta que tenga un espacio legal. Aunque su relación con otros líderes de la disidencia es cordial, no hay proyectos en común porque no cree en las subvenciones de gobiernos extranjeros y por las infiltraciones de agentes, tanto del gobierno cubano como del estadounidense, que se han dado en el pasado. De hecho, piensa que un cambio en la actitud de Estados Unidos hacia Cuba ayudaría a producir un cambio en la isla. “Tiene que haber un cambio de una política de agresión y de injerencia hacia una política de buena vecindad. Yo te diría que la podríamos calificar como una política proactiva para Cuba”, sostiene. Pese a sus posturas y su disposición de conversarlas por doquier, dice que el gobierno lo ha dejado vivir en paz durante estos cuatro años de regreso en La Habana. De hecho, ha salido y regresado al extranjero tres veces sin visado, porque el oficial a cargo de su caso hace arreglos informales para que le permitan pasar por inmigración. “(Si) al regreso no me dan la visa, voy a ser el primero que llego aquí en una balsa”, les ha advertido. Por el momento, ofrece entrevistas a medios extranjeros, y aguarda por el momento en que le den acceso a los medios locales y le entreguen una residencia propia, donde pueda abrir una oficina con un rótulo grande que diga “Cambio Cubano”. Está determinado a pasar el resto de sus días en La Habana en esa lucha. “Yo he esperado, y espero lo normal. Después que no se quejen si salgo a protestar”, concluyó.
Pero a sus 72 años Eloy Gutiérrez Menoyo ha sido comandante revolucionario, líder contrarrevolucionario, preso político, promotor del diálogo desde el exilio y ahora activista que reclama un espacio para hacer oposición adentro. Nos recibió gustoso en el sencillo apartamento donde vive en un barrio obrero en las afueras de La Habana, aunque llegamos sin avisar. La residencia no es de él, es de una amiga que lo ha acogido porque desde que regresó en el 2003 no ha logrado que el gobierno le legalice su estatus migratorio y le conceda los correspondientes beneficios. Mientras tanto, el gobierno estadounidense le espera con una multa de $250,000 ó 10 años de cárcel por violar el embargo. “La posición mía, independiente, obligatoriamente es como un sándwich: estás contra la extrema derecha del exilio y estás contra la extrema izquierda”, explicó. Nos condujo a su rincón predilecto en la sala, donde ubican dos butacas frente a una ventana y un marco con una foto suya, de joven en el malecón habanero. Enciende un cigarrillo y comienza a recordar. Su familia llegó a Cuba “buscando tierras de libertad” tras vivir bajo el franquismo. Pero poco después fue el golpe de Batista y su hermano Carlos se inicia en la lucha contra la dictadura. A través de él comenzó a involucrase en el movimiento revolucionario. El hermano murió en un ataque contra el Palacio Presidencial y él asumió la jefatura de su organización y propuso abrir un nuevo frente, pero no fue secundado. Decide continuar independiente e iniciar el Segundo Frente del Escambray en el en centro de la isla. Esto fue el 10 de noviembre de 1957; tenía 23 años. “Al yo ponerme en contra del proceso han tratado históricamente de borrar todo lo que es el Escambray. Lo concentran ellos en (el Che) Guevara, en Camilo Cienfuegos, pero tanto Guevara como Camilo Cienfuegos vinieron a territorios liberados por el frente mío”, aclaró. Sin embargo, a un año del triunfo de la revolución comenzó a percibir las inclinaciones comunistas de Castro. Habló con Castro, quien, según recuerda, le decía que la Unión Soviética era tan imperialista como Estados Unidos. “Me decía, 'mira Eloy, nosotros estamos a 90 millas de Estados Unidos y tenemos que estar contra de ellos, pero si estuviéramos a 90 millas de la Unión Soviética tendríamos que estar contra los soviéticos, porque tan imperialista es uno como otro”, relata. ¿Cuándo pierde las esperanzas?, se le pregunta. “Cuando me doy perfectamente cuenta de que, por ejemplo, los cuadros principales en el ejército están controlados por los comunistas”, sostuvo. “Fidel es el primer disidente de la Revolución Cubana, porque yo sigo creyendo en esa revolución tan cubana como las palmas, de libertad con pan y pan sin terror, y ni de imperialismo que ahogue a los pueblos, ni comunismo que emplea el terror. Yo no soy disidente, yo soy opositor”, sostiene Gutiérrez Menoyo. La divergencia continuó, y él intentaba liderar actos para alertar a la población, pero eran “saboteados”. Es en ese momento que decide irse a Miami. Allí dirigió las operaciones paramilitares de la organización Alpha 66 y en 1964 realizó un desembarco con cuatro hombres en la costa noreste de Cuba para “levantar un frente guerrillero”. Lo estaban esperando, y terminó 22 años en prisión. Fue una experiencia dura, dijo, e incluso atribuye su pérdida parcial de visión y de audición a una paliza recibida en la cárcel por negarse a realizar trabajo forzoso. Sin embargo, no habla con rencor de ese período. “Llegué a una conclusión: el tiempo en presidio o te mata a ti o tú lo matas a él. Yo lo mataba jugando por allá con otro preso ajedrez, sin tener tablero de ajedrez, sin tener nada, haciendo canciones, poesía, cuentos, y así pues hice canciones, y canciones, y canciones”, rememora el dirigente, que se sostiene económicamente con aportaciones a Cambio Cubano. Pese a los fusilamientos que marcaron los primeros años de la Revolución, a él le perdonaron la vida porque el proceso estaba consolidado y había una historia suya y de su hermano. Tras salir de prisión, se va a Miami, pero con un aire distinto. Funda Cambio Cubano que deja las armas, rechaza las subvenciones de Estados Unidos y promueve cambios a través del diálogo con Castro. En 1995, con la apertura promovida por el entonces presidente Bill Clinton regresó a Cuba y fue el único opositor que tuvo entrevista con Castro. Fue un encuentro cordial, de unas tres horas, en las que el mandatario escuchó todo lo que tuvo que decir. “Le recordé la Revolución que él había proclamado, y la respuesta que me dio fue 'yo sigo creyendo en esa revolución'. Él cree en la misma que yo creo. ¿Por qué entonces no retoma las riendas de esa revolución que no sea sinónimo de falta de libertades, ni de dictadura? ‘No, la confrontación norteamericana me lo impide’. ¿Y si se sana esa confrontación? ‘Podríamos hablar'”, aseguró que fue la respuesta de Castro. Ocho años después, tras varios viajes a La Habana, decidió establecerse aquí sin autorización del gobierno cubano, para continuar su agenda y porque entiende que hay terreno fértil para otro partido. “El problema del partido único ya tantos años es aburrido. Hace falta que se entienda que la democracia se hace de la diversidad. Y no pasa nada, si ellos plantean una cosa y hay un grupo opositor que plantea lo contrario”, sostuvo. Desde entonces anda con una visa de visita familiar vencida, y esperando sin suerte tanto por la normalización de su estatus como por con los líderes del país para plantear sus propuestas. “Aquí estamos a ver si podemos hablar, pero lo que encontramos es oídos sordos”, manifestó. Según dijo, cada oportunidad que tiene plantea sus propuestas a los oficiales de gobierno que se topa en encuentros casuales. Entre sus propuestas está espacio para más partidos y la conversión de las empresas estatales en cooperativas mixtas, dentro del sistema socialista. “¡Pero si se están adueñando los trabajadores de todas las utilidades de cualquier empresa! Están robando a dos manos y no pagan impuestos. Cualquier capitalista quisiera poder hacer negocio así, robar, y no pagar impuesto. ¡Dales la empresa!”, dijo, a tiempo que señala que la medida ayudaría a subir salarios y productividad, y a reducir pillaje, porque los empleados se fiscalizarían entre ellos mismos. “(Esto) no es revolucionario, es robolucionario”, agregó. ¿A quién ha podido usted plantear estas preocupaciones del Gobierno? “A cualquiera que me encuentro y me da oportunidad… No es muy fácil porque no me quieren oír, porque cuando tú planteas argumentación, te plantean como respuestas tonterías (como que) ‘no, que aquí la calle es de los revolucionarios’. No, la calle es de todos los cubanos”, relata. “¿Es de los revolucionarios o es de nosotros que queremos una revolución? ...Quienes se oponen a ese cambio necesario en el país, pues desde mi punto de vista son los contrarrevolucionarios”, opina. Dice que entre la gente común sus planteamientos tienen acogida, pero que no están dispuestos a unírsele hasta que tenga un espacio legal. Aunque su relación con otros líderes de la disidencia es cordial, no hay proyectos en común porque no cree en las subvenciones de gobiernos extranjeros y por las infiltraciones de agentes, tanto del gobierno cubano como del estadounidense, que se han dado en el pasado. De hecho, piensa que un cambio en la actitud de Estados Unidos hacia Cuba ayudaría a producir un cambio en la isla. “Tiene que haber un cambio de una política de agresión y de injerencia hacia una política de buena vecindad. Yo te diría que la podríamos calificar como una política proactiva para Cuba”, sostiene. Pese a sus posturas y su disposición de conversarlas por doquier, dice que el gobierno lo ha dejado vivir en paz durante estos cuatro años de regreso en La Habana. De hecho, ha salido y regresado al extranjero tres veces sin visado, porque el oficial a cargo de su caso hace arreglos informales para que le permitan pasar por inmigración. “(Si) al regreso no me dan la visa, voy a ser el primero que llego aquí en una balsa”, les ha advertido. Por el momento, ofrece entrevistas a medios extranjeros, y aguarda por el momento en que le den acceso a los medios locales y le entreguen una residencia propia, donde pueda abrir una oficina con un rótulo grande que diga “Cambio Cubano”. Está determinado a pasar el resto de sus días en La Habana en esa lucha. “Yo he esperado, y espero lo normal. Después que no se quejen si salgo a protestar”, concluyó.
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